Había una vez, en un lejano país,
un rey y una reina. Ella era la mujer más guapa y más bella del mundo, y él, el
rey estaba muy enamorado de ella, eran la pareja perfecta.
Con el tiempo decidieron tener
hijos para llegar a formar una gran familia.
Su bebe fue una niña, y la
pusieron de nombre Candela, ella eran tan preciosa como la reina. La niña fue
creciendo junto a sus padres. Todo era precioso, vivían en un gran palacio con
toda clase de lujos y caprichos, tenían un jardín en el que no se veía el fin,
verde con infinitas flores y cada una de ellas de colores distintos y
llamativos, donde le encantaba jugar a la pequeña princesa durante horas
corriendo y saltando por todos los lados.
Cuando la princesa Candela fue
creciendo, llegó el momento en el que la tuvieron que buscar un marido para que
se casara, e igual que sus padres, tuviera bebés tan guapos como ella y su
futuro marido.
A la princesa esta idea la gustó,
la aceptó con muchas ganas pensando que iría de fiesta a conocer chicos con sus
amigas, y que sería igual de guapo que los príncipes de los cuentos que le leía
la reina todas las noches antes de acostarse.
Esa misma noche, Candela quedó
con sus amigas para ir a conocer a chicos de su edad para ver si le gustaba
alguno, y en un futuro poder casarse con él y vivir juntos en un palacio tan
bonito como el de los reyes, pero éstos la dijeron que no, que se tenía que
casar con quien ellos la eligieran. Esto no era lo que se imaginaba, así que se
negó a casarse con un chico que no escogiera ella.
A sus padres esto no les hacía
ninguna gracia, puesto que se negaba rotundamente a lo propuesto por ellos. El
tiempo fue pasando, y ella fue creciendo sin ningún hombre a su lado. Sus
padres día tras día la intentaban convencer exponiéndola que era lo mejor para
el pueblo, pero Candela lo que buscaba era lo mejor para ella.
Ya cansados los reyes, puesto que
nada daba resultado, se sentaron una tarde con ella a halar sobre el tema muy
seriamente. La contaron su historia de cómo se conocieron:
A los reyes, sus respectivos
padres también les obligaron a casarse con alguien que en un principio no
querían, no se conocían el uno al otro, jamás se habían visto antes, tenían
intereses muy contrarios, y al principio ni siquiera se gustaban. Ellos, igual
que la princesa, lucharon para no casarse con quien les obligaran sus padres,
pero no les funcionó, puesto que todos los príncipes lo debían hacer así. Al
casarse, y con el paso de los días y de los meses, se fueron conociendo mejor,
les encantaba pasar todo el tiempo juntos, se reían y se divertían en cada
momento, hasta que se dieron cuenta que eran tal para cual, no podría haber
habido mejor persona con quien se hubiesen casado.
Al terminar de contarla su
historia, la explicaron los dos que los primeros días es algo difícil, que
claro que no conoces casi nada a la otra persona, pero que él está en la misma
situación que tú; así que, que por favor hiciera el intento de conocer antes de
la boda a su futuro esposo, para irle conociendo algo más e intentar cogerle
cariño.
La princesa, al ver que sus
padres estuvieron en la misma situación que ella y que les salió tan bien su
historia, pensó que quizás no sería tan malo como ella pensaba. Los reyes eran
tal para cual, se querían y se amaban hasta el infinito, darían todo el uno por
el otro, además tanto el rey como la reina eran muy atractivos.
Llegó el día en que conocería a
su futuro marido, ella en el fondo estaba muy nerviosa. Esa noche no puedo
dormir ni un poquito, por lo que tenía muchas ojeras y estaba muy cansada, no
había descansado en toda la noche dándole vueltas a la cabeza. Se puso su mejor
vestido, y se peinó como nunca lo había hecho. Estaba radiante, no parecía ni
siquiera ella.
Sus padres no se podían creer
cómo estaba actuando la princesa, así que ellos también estaban felices de ver
así a su hija, pero su cara cambió por completo al ver al hombre que se
acercaba a ella. Era un hombre mayor que su padre, con el pelo blanco, e
incluso podría tener algún nieto.
Se deprimió al pensar que iba a
pasar toda su vida al lado de aquel hombre, no lo quería ni pensar, simplemente
deseaba no haber ido a esa cita, y no haberle conocido nunca. Se preguntaba por
qué ella tenía que ser princesa y casarse con un hombre que no amaba, por qué
no podía hacer como sus amigas, casarse con un chico de su edad que se gustaran
mutuamente, que ella eligiera, y que él también lo hiciera. No lo llegaba a
entender.
Durante toda esa tarde, no
intercambió ninguna palabra con él, ni siquiera le preguntó su nombre, no la
interesaba saber nada suyo. Sus padres, al ver aquella situación se sintieron
algo incómodos, así que fueron ellos los que estuvieron hablando con el hombre.
Sus aficiones eran jugar a la petanca, y estar en casa calentito, sin pasar
frío. Candela se estaba imaginando cómo sería su vida al lado de él, se veía en
un futuro sentada en una silla cosiendo jerséis para sus hijos, cocinando y recogiendo la casa, sin hacer nada divertido.
Al llegar a su casa, no hizo
falta decirles a sus padres lo que le había parecido, puesto que se reflejaba
todo en su cara, pero ellos no podían hacer nada para evitarlo. La darían
tiempo para conocerle mejor, lo cual no habían hecho con ellos, pero la querían
tanto que se lo ofrecieron, con otras muchas alternativas; pero ninguna de
ellas la convenció. La única posible para ella era que la boda no se celebrase,
pero eso no era posible para sus padres, ni para el pueblo.
Ella sin más opción, tuvo que aceptar
la propuesta de sus padres, pero con una condición. Si aquel hombre la quería
tanto, y estaba dispuesto a casarse con ella, la debería regalar un vestido tan
dorado como el sol, uno tan plateado como la luna, y otro tan brillante como
las estrellas.
Aquel hombre, aunque también
estuviera obligado a casarse con la princesa, no le importaba hacer cualquier
cosa por ella. Él se estaba enamorando poco a poco de Candela, la parecía la
mujer más guapa del mundo, y tenía una sonrisa con la que podía iluminar hasta
los rincones más oscuros. Por lo tanto, aceptó sin dudar la propuesta de la
princesa.
Se puso a buscarlo lo más
rápidamente posible, en todo el mundo donde el oro sea el más puro, para hacer
hilo de éste y más tarde el vestido tan dorado como el sol. Luego tendría que
buscar donde se encontrara el platino más puro, para hilarlo y confeccionar un
vestido tan plateado como la luna. Y por último, el lugar en el que los
diamantes sean más puros, para hacer con él el hilo del vestido tan brillante
como las estrellas.
Su futuro marido, no quería que
nadie más se encargara de este trabajo, pues no lo quería dejar en manos de
cualquiera, simplemente deseaba que Candela viera lo importante que ella era
para él y lo dispuesto que estaba a hacer todo por ella. Tardó alrededor de dos
años en encontrar dichos materiales.
A la hora de confeccionar los
vestidos, el hombre, el cual Candela no sabía su nombre, también la explicó que
los iba a confeccionar él. Por un lado ella pensó que quedarían horribles, pero
luego se dio cuenta de que él tardaría más tiempo en hacerlos, que cualquier
sastre, o persona dedicada a ello. Pero se equivocaba, unos meses después los
vestidos estaban terminados. Al verlos, la parecieron espectaculares, jamás
había visto unos vestidos iguales a aquellos, eran mejores de como se los
imaginaba. A pesar de que éstos habían surgido de una situación algo
comprometida, decidió quedárselos y probárselos corriendo. Al ponérselos estaba
aún más guapa de lo normal, aunque ya fuera algo complicado, estaba preciosa,
los vestidos también la hacían brillar a ella, parecían que estaban hechos a
medida, no se podía imaginar que siendo tan maravillosos los había
confeccionado aquel hombre.
De vez en cuando se la pasaba por
la mente que quizás no era tan malo conocerle mejor, pero en el fondo de su
corazón deseaba que aquellos vestidos se los viese el príncipe de sus sueños,
con el que siempre ella había soñado, y el que sabía que la estaba esperando en
algún lugar del mundo, pero que no era aquel hombre.
Él ya estaba entusiasmado en la
boda, ya quería fijar una fecha lo antes posible, para aprovechar cada segundo
estando al lado de la princesa. Pero ella seguía sin querer casarse con él, por
lo que ideó otro plan para retrasar unos meses, o incluso si fuera posible unos
años más la boda.
Le comentó que el regalo de la
boda lo quería antes, pero ese antes era ya mismo. No se podía casar sin haber
tenido dicho regalo. Él la dejó continuar, puesto que no tenía ni idea de lo
que le iba a pedir, aunque en el fondo estuviera algo cansado de que la fecha
de la boda no llegara nunca y que ella simplemente se preocupara por las cosas
materiales, o eso era lo que a él le parecía.
Ella le pidió un abrigo que
estuviera hecho con toda la clase de pieles de los animales que hay en el
mundo, teniendo un trocito de piel de cada uno de ellos. Él la explicó que ese
abrigo sería horrible, a lo que le contestó que posiblemente sí, pero que sería
único en todo el mundo, que nadie más lo tendría. Él no se entrometió en su
decisión, e igual que hizo con los vestidos encargados anteriormente por ella,
se dedicó él mismo: cazó por el mundo a todos los animales y puso un trocito de
piel de cada uno de ellos en el abrigo.
Tardó como un año en conseguir todo el material, el cual consiguió sin
ayuda de nadie. El día que apareció su casi marido con su abrigo de toda clase
de pieles por la puerta muy ilusionado, ella se quedó fascinada del poco tiempo
que le había llevado. El abrigo era muy raro, como le expuso él, pero para ella
era muy exótico y muy particular, y sobretodo era muy grande, le llegaba hasta
los pies y tenía muchísimo vuelo, se podría poner encima de cualquiera de los
vestidos que ella tenía sin que se la viera ni un poquito, ya que por su gran
tamaño, lo taparía entero; sus mangas también eran larguísimas, las llegaban
hasta los pies; y también tenía una gran capucha que la llegaba hasta el pecho,
la cual la permitía taparse la cara sin que se la viera lo más mínimo.
Al entregárselo, él la dijo que
ya sí que tenían que poner fecha de boda,
puesto que se había estado demorando mucho. Ella ya no le pudo poner más
escusas, por lo que le dijo que al día siguiente lo hablaría, pero que en ese
momento se iba a su habitación a descansar porque estaba muy cansada. Al entrar
cerró la puerta para que nadie la viera y metió sus tres vestidos en una bolsa
para llevárselos con ella. También cogió una cadena de su madre, la cual llevó
el día en que se casó con su padre, y la debería llevar ella también el día de
su boda. En ella había una figurita de un corazón, y el anillo de oro de la
boda de su madre. Se lo puso en el cuello, se vistió con el abrigo de toda
clase de pieles y se pintó la cara con un color oscuro para que nadie la
reconociera.
lo más rápidamente posible para
que nadie la siguiera y alejarse mucho del castillo. Por las mañana y por las
tardes, con la luz del sol se escondía detrás de matoralles, arbusto o incluso
dentro de cuevas para que nadie la viera, y por la noche iba avanzando para
alejarse del castillo y huir de su destino. Los días fueron pasando y ella
perdió la cuenta de las noches que había pasado fuera de su casa, sin sus
padres, a los cuales extrañaba todas las noches y deseaba verles para poder
decirles que se encontraba bien, que no estuvieran tristes por ella porque se
sabía buscar la vida fuera de casa, ya era demasiado mayorcita,
pero aún así
deseaba que su madre la arropara y la diera un beso en la frente como hacía
cada noche desde que nació. Una de las mañanas en la que estaba escondida, oyó
voces de cazadores cerca suyo, que poco a poco se iban acercando en su
dirección. Se puso muy nerviosa, porque los perros de los cazadores olieron las
pieles de los animales de su abrigo y se fueron hacia ella corriendo. Al ver el
abrigo, los cazadores no sabían de qué animal se trataba, pero decidieron dispararle
para hacerse con ese tesoro tan extraño. Candela, al escuchar que la iban a
disparar, se incorporó tímidamente diciendo que no la dispararan, que sólo era
un pobre animalillo abandonado; pero esto a los jóvenes les pareció muy
extraño, por lo que la pidieron que saliera del escondite para poder hablar
mejor. Después de tantos días ella sola por el campo, se encontraba muy sucia,
muy delgada de no haber comido casi nada, y con la piel muy estropeada.
Decidieron llevarla al príncipe, por lo que ella se alegro de que no fuera su
reino, aunque no sabía si estaba cerca del suyo. Decidió que por si acaso, no
diría nada de quien era, haciendo que no se acordaba de nada del pasado, ni
siquiera de su nombre, por lo que explicaba que era “Toda clase de pieles”, un
animalillo asustado.
Al llegar el príncipe, que era
muy apuesto, decidió llevarla al palacio para que la cuidasen un poco y pudiera
recuperarse. Al llegar a dicho palacio, y entrar en las cocinas, se llevó muy
bien con el cocinero, y el príncipe la propuso quedarse en las concinas a
trabajar, a lo que ella aceptó encantada. En ese momento el cocinero la enseñó
a hacer las cosas básicas puesto que ella no tenía ni idea de hacer absolutamente
nada. Él nunca la preguntaba quién era, ni de dónde venía, ya que parecía que
ella no se lo quería decir, asique no insistió en ello. Al igual que el
cocinero, toda la gente del palacio, la llamaba “Toda clase de pieles”.
Un día, se enteró de que el
príncipe va a dar una fiesta que durará dos días en el palacio para buscar
esposa, y para ello se ha invitado a las princesas más guapas de la zona para
que elija a la mujer con la que se quiera casar. “Toda clase de pieles” se pasó
todo el día muy atareada en la cocina preparando todo, pero a la hora del baile
le pidió al cocinero si la deja ver el baile, porque nunca había visto uno. El
cocinero, como la quería tanto, lo se pudo negar, pero la pidió que no la viera
nadie y que estuviera en la cocina antes de que terminara dicho baile, porque
había que subirle el pastel que se toma el príncipe siempre antes de dormir, y
recoger todo para el día siguiente. Ella subió corriendo a la habitación, se
arregló, se lavó y se vistió con el vestido tan dorado como el sol, yendo por
un lateral del salón del baile. Cuando alguien la vio, se empezó a hablar de la
belleza de aquella mujer, hasta que llegó a oídos del príncipe. Al verla, la
sacó a bailar y los dos estuvieron disfrutando durante toda la noche. El
príncipe no sabía quién era ella, y ella tampoco se lo decía. En cuanto llegó
la hora de irse, se fue corriendo y escapó sin que nadie la viera, hasta llegar
a su habitación y vestirse con el abrigo de toda clase de pieles, como estaba
normalmente.
Ese día el cocinero no le pudo
preparar el pastel, por lo que se lo hizo ella y se lo subió a su habitación.
Al entregárselo, dejó dentro del pastel la figurita del corazón de su collar, y
el príncipe al encontrarlo bajó a las cocinas, donde sólo se encontraba el
cocinero, pero éste no le resolvió su duda sobre el corazón de su pastel, por
lo que se subió a su habitación de nuevo. El siguiente día del baile, era el
día en el que tenía que elegir a su esposa, y “Toda clase de pieles” se fue al
baile igual que el día anterior con el vestido tan plateado como la luna, con
la condición de que estuviera un poco antes que el día anterior, porque al ser
el último día había mucho más trabajo. Al llegar al baile, y verla el príncipe,
no la dejó sola ni un momento, hasta el punto en el que ella pensó que el
príncipe podía estar interesado en ella por cómo la miraba y la cogía de las
manos, pero no llegaba a declararse. Llegó el momento en el que se tuvo que ir
a las cocinas, pero antes pasó igualmente por su habitación para ponerse su
abrigo. Al llegar a las cocinas, tuvo que hacer el pastel corriendo y subírselo
al príncipe como el día anterior. Esta vez metió en el pastel el anillo de su
madre, pero el príncipe se lo tomó con ella delante. Al llegar al anillo, el
príncipe se la quedó mirando, acercándose muy despacio hacia ella, preguntándola
si sabía qué era eso, a lo que ella contestaba que no. Al estar enfrente suyo,
él la contestó, cogiéndola su mano, que eso que ella había dejado en su pastel
era el compañero de uno que él le había puesto sin que se diera cuanta mientras
estaban bailando, porque desde el primer momento en que la vio se enamoró de
ella, sabiendo que era su amor para toda la vida. Sólo le faltaba saber si ella
también sentía lo mismo, y si querría ser su esposa; a lo que ella contestó
feliz que por supuesto que sí.
Bajaron al baile corriendo a que
todo el mundo escuchara su decisión y se la presentara a la gente del pueblo y
a su familia.
El día siguiente estaba todo
preparado estupendamente para la boda, con flores, con lazos, y con toda clase
de decoración, para que fuera el día más feliz del mundo y para que nunca se
les olvidara.
Ella estaba radiante de
felicidad. Se puso el vestido tan brillante como las estrellas y parecía que de
su cuerpo salía una luz que iluminaba todo a su alrededor.
Se casaron, y estuvieron felices
toda la vida.
Perfecto.
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